El valor de la familia y de la escuela

Durante el confinamiento las condiciones anteriores se han visto alteradas. La escuela –como espacio físico único- se ha trasladado a multitud de hogares que durante varios meses se han convertido en escuelas improvisadas. Inevitablemente, la presencia corporal de los alumnos y profesores y todo lo que conlleva (capacidad relacional, contacto físico, etc.) se han visto mermados en pos de una alteridad que ha cobrado una fuerza inesperada: la propia familia. Nolens volens hemos sido obligados a convivir con los más cercanos –que en el transcurso de las jornadas escolares habituales pasaban a ser casi los más lejanos. Esta convivencia se ha visto envuelta en el roce, en el que inevitablemente aparecen tanto el afecto como los desencantos. Muchos padres han tenido la oportunidad de convivir con sus hijos mucho más de lo habitual y, por qué no decirlo, a veces más de lo deseado. Evidentemente, conciliar trabajo y familia en estas circunstancias ha sido un quebradero de cabeza para todos los padres cuyos hijos se encontraban en edad escolar, especialmente las más tempranas. Pero en este roce han vuelto a emerger dos valores insustituibles: el de la escuela y el de la familia. Dos coordenadas que nos enraízan en el mundo de un modo humano y digno. La ausencia física de la escuela ha puesto de relieve dos cosas: tanto el valor de la misma (por anhelada) como el de la familia, habitualmente en segundo plano. Hay padres que han descubierto a sus hijos e hijos que han descubierto a sus padres. No todo ha sido favorable. El roce también genera heridas. Lo sabemos muy bien los padres y los profesores, los hijos y los alumnos; pero nadie renunciaría ni a la familia ni a la escuela por los riesgos que se juegan en su seno. En cualquier caso, en la ausencia de escuela o familia o en la ausencia de una relación sana con una y otra, nos damos cuenta de su increíble misión, discreta, normalmente fuera de los focos, pero absolutamente decisiva para el cumplimiento de nuestra vida y de la de nuestros hijos y alumnos. 

 

El papel de la escuela

Pero la escuela no ha estado totalmente ausente. Al contrario, frente al cierre de sus puertas se ha visto obligada a repensarse, con mayor o menor éxito, con mayor o menor voluntad, pero ha tenido que repensar su manera de seguir construyendo en medio de la desolación. En todos los lugares de nuestra geografía han existido ejemplos conmovedores del intento de profesores y escuelas de hacerse presentes, de acompañar a cada uno de sus alumnos, de buscar herramientas para que pudieran seguir estudiando y aprendiendo, para que pudieran afrontar mejor un tiempo de por sí difícil. Tampoco es difícil pensar que ante la magnitud de la batalla muchos profesores y escuelas no hayan sabido responder prefiriendo retirarse o esconderse. Por eso, aunque es fundamental contar con medios, el problema de la educación no es fundamentalmente de carácter económico. Es verdad que en estas circunstancias habría sido imposible mantener la actividad lectiva de no haber contado con medios digitales. Sin embargo, la presencia de estos no asegura de ninguna manera la actividad docente. No solo porque sea necesario un mínimo aprendizaje y desempeño, sino fundamentalmente porque es necesario un ímpetu, una pasión, un deseo de construir y acompañar, una capacidad creativa de ofrecer respuestas originales a una situación de crisis. No podemos encomendarnos sin más a la administración. Lo hemos visto de mil maneras durante los meses de confinamiento. Allí donde la administración o los medios no llegaban dependíamos de la caridad y de la creatividad de miles de sujetos y comunidades que, de manera gratuita, ofrecían tiempo y energías para dar lo mejor de sí. Es fundamental entender qué comunidades educativas son capaces de articularse y organizarse para proponer y construir más allá lo exigido.

Ignacio de los Reyes

Director Adjunto Titular del Colegio G. Nicoli