Durante nuestra vida, somos muy conscientes de que tenemos que aprender miles y miles de cosas. Desde que nacemos y abrimos con curiosidad los ojos al mundo, vamos practicando y aprendiendo, vamos repitiendo acciones hasta que las hacemos con un determinado control, aprendemos haciendo.  

Todos hemos aprendido a andar cayéndonos, a montar en bici tropezando con algún que otro árbol… Tenemos la suerte de aprender a vivir, viviendo.

 

Cuando hablamos de aprender siempre pensamos en el qué, más que en el cómo.  Sin embargo, cuando pensamos en el laboratorio del cole, hablamos de ese lugar donde desarrollar contenidos de forma mucho más práctica, consiguiendo una actitud curiosa en el alumno frente a las distintas situaciones que tiene en la vida, comprendiendo que sus propias preguntas acerca del mundo que lo rodea son el inicio y no el final de un viaje, cada vez que nos permitimos acompañar y no limitar esas preguntas, discutiendo afirmaciones, corroborando o refutando ideas  o cada vez que nos maravillamos frente a un fenómeno natural y queremos comprenderlo, estamos haciendo ciencia.

Una vez que nos ponemos la bata y entramos en el laboratorio, sabemos que lo importante es HACER. Es el momento para entender y asimilar lo que hemos visto en clase, ver cómo se disuelve un soluto, cómo se producen los cambios de estado de la materia o como nos transformamos en aprendices de MasterChef y cambiamos sustancias de su estado líquido a sólido creando esferificaciones.

No se trata sólo de cómo enseñar las ciencias, sino también de los distintos procesos que ocurren, en aprender y ejercitar las ciencias y sus errores, es necesario que entiendan que no solo hay que seguir unos pasos  y que todo salga bien, sino que el error es también parte del aprendizaje, que las cosas no siempre tienen que salir a la primera y que es una parte necesaria para investigar y experimentar. Trabajando con ello la frustración y la resiliencia frente a situaciones donde no tenemos éxito.

En el laboratorio se trabaja de forma cooperativa los desafíos que tenemos delante, buscando estrategias y herramientas que nos lleven a conseguirlo, trabajando tanto la creatividad como la imitación de aquellos modelos que se adecuen a las respectivas experiencias y realidades. Con todo ello, los alumnos trabajan en equipos, por igual, pudiendo opinar y trabajar sobre el tema a investigar. Fomentando con ello en el alumno,  el desarrollo emocional y de habilidades sociales. 

Otra de las magias de trabajar en el laboratorio y de estar descubriendo y aprendiendo, es fomentar en los alumnos el pensamiento crítico y la reflexión, y todo ello,  gracias a que verbalizan en sus portfolios de alumno, la experiencia práctica de lo que han visto y vivido, lo que han conseguido y lo que no y lo que han aprendido.

Con todo esto se consigue que el alumno desarrolle y haga crecer su análisis y autoevaluación, siendo mucho más conscientes de todo lo que van aprendiendo no solo de contenidos sino también de habilidades y competencias que le ayudarán en un futuro a desenvolverse mucho mejor en su entorno y sobre todo a pensar los por qués y para qués y a tener curiosidad frente al mundo que se van a encontrar.

Isabel Serrano González,

Tutora y Profesora de Matemáticas y de Física y Química.