Como hemos venido diciendo a lo largo de todos estos meses, la pandemia y el confinamiento no ha hecho que el colegio pasarse. Más aún, hemos puesto todo de nuestra parte, ganas, energías, creatividad e innovación para seguir trabajando con nuestros alumnos y alumnas de manera virtual y online.

Las clases han seguido y además, esta nueva situación que nos ha sobrevenido, ha despertado la creatividad para el desarrollo de nuevas reflexiones, historias y trabajos en muchos de nuestros alumnos.

Tal es el caso de nuestra alumna de 4º de ESO, Isabel, que ha creado un magnífico y emotivo relato para la asignatura de Literatura muy al punto de todo lo que ha ocurrido en estos meses con la COVID-19.

Compartimos aquí este breve relato como muestra de un gran trabajo de nuestros alumnos. ¡Enhorabuena!

 

Una cura hecha de buenas intenciones
Isabel Cano, de 4º ESO

Cuando me desperté habían declarado la pandemia, fue la primera noticia que recibí en cuanto la radio me despertó a las 7 de la mañana, “ya era hora”,- pensé- “si el resto del mundo hubiera visto lo que yo veo todos los días en el hospital, la pandemia ya se habría declarado hace varias semanas”. Aún medio dormida, me desesperecé y con movimientos torpes me quité el pijama para ponerme el uniforme de enfermera: unos pantalones holgados y una camisa ancha azules.

Una vez vestida, comencé con mi rutina. A pesar de ser una enfermera en prácticas y no estar obligada a asistir al hospital, decidí hacerlo, no soportaba la idea de quedarme encerrada en casa mientras miles de personas morían, sabiendo que, a pesar de mi poca práctica en el trabajo, podía hacer algo para ayudarlas.

Al llegar al hospital, me dirigí a la habitación de Juan, tras haber pasado antes por una sala donde me puse un traje para evitar contagiarme, que se parecía más a una bolsa de basura que a una bata cualquiera de hospital. Juan era uno de los primeros contagiados por el virus en la ciudad, y uno de los más vulnerables. Era un jubilado de 70 años, que, a pesar de la edad, tenía más vitalidad que un niño. Cuando abrí la puerta de la habitación donde estaba ingresado, me lo encontré, igual que el resto de las mañanas de la última semana, sentado sobre la cama de hospital, con un camisón de puntos, haciendo crucigramas muy concentrado.

-¡Buenos días!, -dijo con una voz cantarina, dejando a un lado las gafas y el libro de crucigramas- ¿Qué desayuno me traes hoy, pequeña momia?-. solía referirse a mí con ese mote, y la verdad, no andaba muy desencaminado, ya que estaba completamente cubierta con batas, mascarilla y guantes, para evitar cualquier contagio entre nosotros.

-Tostadas con tomate, ¿qué tal te encuentras esta mañana?-dije mientras colocaba su desayuno en una mesita.

-Uf tostadas, para variar, yo me encuentro fenomenal así que creo que es hora de que me vaya yendo a casa, eh que en unas semanas es el cumple de mi nieto y va a venir a visitarme a cambio de que coof cof- tosió fuertemente desmintiendo sus palabras- que que…

-Uy que tos, Juan yo no estoy tan segura de que te encuentres tan bien como dices, ¿qué tal si jugamos tú y yo al veo veo mientras te comes las tostada? – fue el primer juego que se me ocurrió, ya que mis primeras prácticas como enfermera habían sido con niños.

-¿Al veo veo?, María, por favor, que no tengo siete años, aunque sé que aparento menos años de los que tengo- dijo entre risas y con una sonrisa pícara- pero, no, no, no yo solo

quiero salir de aquí y ver a mi nieto- Oírle hablar así de su familia me entristeció, se notaba que quería mucho a sus nietos.

-Bueno, venga, ve pensando una cosa mientras yo te preparo los medicamentos, anda- dije al tiempo que me giraba para buscar las cajas de pastillas para la tos.

-Toma, aquí tienes -cuando me volví para darle a Juan sus medicamentos , me llevé una sorpresa: la cama, donde unos segundos antes el paciente devoraba sus tostadas, estaba vacía- ¿Juan?

Por respuesta oí unas toses y un jadeo un poco más allá de la puerta, sin perder el tiempo, corrí hacia allí y me encontré a Juan, pocos metros más allá de la puerta agarrado una ventana, jadeando. Lo miré con tristeza, la enfermedad a su edad era peligrosa, y si le pasaba algo lo lamentaría mucho, ya que, más allá de mi trabajo, había llegado a coger cariño a ese anciano.

-Me acerqué a él y con cuidado, cogí un gel desinfectante que tenía en el bolsillo y limpié la zona de la ventana que había tocado, mientras le sujetaba y le llevaba de vuelta a su habitación.

-Quiero irme de aquí, María, no sabes lo que es estar así encerrado viendo pasar tiempo que te queda de vida.

-Anda Juan, no digas eso, verás cómo en unas semanas sales de aquí completamente curado, pero eso sí por lo que más quieras no podrás acercarte a tus nietos, no te vayas a volver a contagiar.

-Entonces ¿qué más da?, en mi piso me moriré de viejo y aquí de enfermo.

No le respondí, ¿qué debía responder a aquello? simplemente le di palmaditas en la espada mostrándole apoyo, sin embargo, no creo no sirviera de mucho.

El resto del día, fue igual de aburrido y rutinario como cualquier otro, sin embargo, lo soporté con facilidad, sabía que estaba ayudando a personas y que cada cosa que hiciera no era en vano, y eso me motivaba.

Las siguientes dos semanas, pasaron muy lentamente y Juan empeoraba por momentos, mientras, poco a poco, perdía la vitalidad y la alegría que le caracterizaban. A pesar de que no era el único paciente al que cuidaba, él era al que más aprecio tenía, mientras el resto de pacientes me hablaban de lo mucho que echaban de menos ir al cine, comer en su restaurante favorito, ir de compras… él solo me hablaba de sus nietos, que vivían en Granada con sus padres, de modo que sería imposible que fueran a visitarlo.

Un día, al entrar en su habitación, me lo encontré más triste que nunca, su habitación estaba completamente a oscuras y él estaba envuelto en las sábanas, por un momento, me recordó a cuando yo era pequeña y me enfadaba y fingía estar dormida, escondiéndome en la cama, pensando que así nadie me molestaría, obviamente, nunca daba resultado.

-¿Juan?-Lo llamé, sin embargo no obtuve respuesta por su parte.

Con miedo en el cuerpo, subí las persianas, como tampoco reaccionó, me acerqué a su cama. Las sábanas se movían y se le oía respirar, eso me alivió, por un momento había llegado a pensar que lo había perdido. Sin embargo, el sonido de su respiración era entrecortado, eso no podía ser nada bueno, pensé.

Dispuesta a llamar a alguien con más experiencia que yo en medicina, me levanté. Sin embargo, en ese momento, Juan se incorporó poco a poco, tenía los ojos hinchados y rojos, supuse que había estado llorando.

-Oye ¿qué ocurre?- dije mientras me sentaba en el borde de la cama

-Mañana es el cumple de mi nieto, y no le veré cumplir sus siete años, con esa edad, mi padre me regaló una bici, ¡qué ilusión me hizo!, pero en cuanto me eché a la callé, menudo golpe me metí- al decir eso se rió un poco, por respuesta, yo le sonreí- tenía pensado regalarle una mañana, la tengo en mi piso, envuelta y todo.

En ese momento tuve una idea, era descabellada, sin embargo, mientras Juan me enseñaba las fotos de su nieto en su móvil, cada vez tenía más claro que tenía que llevarla a cabo.

-Juan, ¿por dónde queda tu casa?

-A dos calles de aquí, el tercer portal, segundo piso C, ¿por?

-Emm… necesito unos documentos tuyos, ¿podría ir a tu piso a cogerlos?

-Claro- dijo un poco dudoso y con cara de sorpresa-pero si me falta algo cuando vuelva, sé dónde encontrarte ¿eh?

-Claro, tú tranquilo que yo no voy a robar, te cogo las llaves ¿vale?

Al día siguiente, con muchas ojeras llegué en coche al hospital, no me podía creer lo que acababa de hacer. El día anterior había faltado a mi turno en el hospital casi todo el día, me había arriesgado a perder las prácticas. Sin embargo, por cómo estaban las cosas actualmente, dudaba que me prohibieran volver al hospital. Aparqué con una sonrisa en la

boca “hija, estás loca”, había dicho su madre cuando le había contado lo que había hecho entre el día anterior y esa mañana.

-¡Buenos días, Juan!- dije casi chillando al entrar en su habitación- ¿Qué tal está hoy mi paciente favorito?

-Pues enfermo, igual que ayer, María, cuántos cafés te has tomado esta mañana, sinceramente tienes una pinta horrible.

Justo en ese momento, sonó el teléfono de Juan, que extrañado, lo cogió de la mesita, en cuanto vio el nombre de su hija en la pantalla, se le iluminó la cara.

-Cógelo anda- dije metiéndole prisa, no podía esperar a que viera la sorpresa.

Haciéndome caso, cogió la llamada y en la pantalla aparecieron Luis, su nieto de siete años recién cumplidos y Marcos, su nieto más pequeño, con apenas tres años.

-Abueloo, Abuelo- dijeron los nietos a gritos

-Marcos, Luis, ay ¡cómo os echo de menos!- Juan parecía apunto de llorar- Ay sí, felicidades Luis, ¡qué mayor estás! ya siete años, recuerdo que con esa edad mi padre me regaló mi primera bici, ay, cuando esto acabe yo te voy a regalar una muy chula.

-¿Como esta de aquí?- dijo el niño mientras apuntaba con la cámara un bici azul y dorada, la misma que le había comprado su abuelo -me la trajo anoche esa chica tan maja del hospital, dijo que tú querías que la tuviera hoy- Juan dejó de mirar la pantalla para dirigirse a mí con los ojos llorosos, con una sonrisa vocalizó un “gracias”.

Después de eso me fui para dejar a Juan hablar tranquilo con sus nietos, a penas había dormido aquella noche y estaba muy cansada, pero también estaba feliz por lo que había hecho. Juan se iba a curar, lo sabía, y él sería el que le enseñara a su nieto a montar en bici, pronto, cuando aquella pesadilla acabara.