Esta frase de los Hechos de los apóstoles que hemos escogido como lema resume de manera sencilla qué es lo que aconteció con el emerger del cristianismo: “Y la ciudad se llenó de alegría”. También nosotros queremos hacerla nuestra. Toda auténtica experiencia, humana y educativa, tiene la capacidad de comunicar el gusto por la vida, las razones por las que merece la pena vivir; es ocasión para que florezca la humanidad de nuestros hijos y alumnos. 

Las consecuencias del Covid-19, la irrupción de la guerra en Europa o los bloqueos económicos arrojan miedo e incertidumbre a nuestras vidas. En medio de todo lo que nos toca vivir, ¿es posible aún que la ciudad, nuestra ciudad, se llene de alegría? ¿Tiene el colegio alguna novedad que aportar? A los educadores y profesionales del centro nos mueve la pasión por nuestro propio trabajo, lleno de desafíos y posibilidades preciosas. Es necesario seguir construyendo, seguir comunicando la belleza y el bien que es la vida. Estamos convencidos de que partir de esta certeza permite educar verdaderamente, promoviendo un cambio, una auténtica alegría en nuestros hijos y alumnos. 

La expectación que se ha generado en torno al colegio en estos últimos años es grande y nos anima a renovar nuestro trabajo, para que sea más incisivo y fecundo. Esto nos atañe a todos: profesores, personal del centro y familias. Como colegio tenemos una gran responsabilidad, también con la ciudad común. Si el colegio, si una obra educativa como la nuestra, tiene algún sentido, es para que se propague la alegría, las razones de una vida que merece la pena ser vivida, incluso con todos los sufrimientos y heridas que tengamos que afrontar. Queremos comenzar el curso con esta afirmación, tan tajante y esperanzadora. Todos somos compañeros de camino delante de este anhelo. Ojalá que nos podamos contar y relatarnos durante el curso cómo nuestra ciudad y nuestro barrio también se han llenado de alegría.